Sobre el analfabetismo médico y sus riesgos

[divider_flat] Los disparates de los pacientes en su trato con los médicos y la medicina han dado pie a innumerables chistes y a algún que otro best seller de anécdotas. Llamar al pediatra “pederasta”, confundir piorrea con “pedorrea” o biopsia con “autopsia” son algunas de las que figuran en el libro de José Ignacio de Arana Diga treinta y tres: anecdotario médico, que recoge situaciones vividas por el autor o contadas por los colegas. El éxito de la obra, que va por su tercer volumen, hay que atribuirlo a la cómica ignorancia de los pacientes que les lleva a inventar palabros como “almorroides”, “emíngalas” o “píldoro”, y a dar explicaciones como ésta: “Hasta ahora he tenido tres embarazos, pero en los dos primeros se me encajaron los féretros y nacieron muertos, y claro, en el tercero me tuvieron que hacer la necesaria”. La realidad puede ser más cómica que la ficción, como ilustra este anecdotario y sabe por experiencia propia cualquier médico, pero más allá de su cara jocosa, cuando las aguas del humorismo se han retirado y la risa se ha aflojado, aparece con toda su crudeza el problema del analfabetismo médico y sus riesgos para la salud.

La relación médico-enfermo en la que ambas partes se entienden y comprenden perfectamente es una situación ideal que no se da en la práctica, donde la comunicación no siempre es fluida y abundan los desencuentros, los malentendidos y la incomprensión. ¿Por qué hay que dar por sentado que el paciente conoce un término médico que parece tan corriente? ¿Por qué hay que suponer que sabe que un tumor benigno no es un cáncer? ¿Por qué falla la comunicación médico-paciente? A veces es el médico quién no sabe expresarse, pero hay enfermos que no alcanzan a comprender ni la más sencilla explicación. Y lo cierto es que el alfabetismo médico, definido como la capacidad de un individuo de obtener, interpretar y comprender la información y los servicios básicos de salud y la competencia en la utilización de dicha información en beneficio de la propia salud, no es tan habitual como debiera en las sociedades desarrolladas. Así las cosas, podemos preguntarnos: ¿Tiene que ver la epidemia de obesidad con el analfabetismo médico? ¿En qué medida está relacionado con el auge de las medicinas alternativas? ¿Hasta qué punto influye en el tratamiento y el control de las enfermedades, en el uso de los servicios sanitarios, en la adopción de estilos de vida saludables?

La alfabetización médica es sin duda una de las grandes asignaturas pendientes en medicina. El pasado mes de octubre fue declarado el Health literacy month, pero esto es claramente insuficiente. La National Library of Medicine tiene una página en internet con información bibliográfica básica sobre “health literacy” que permite vislumbrar lo mucho que queda por hacer. Enseñar a comunicar empieza a ser una necesidad ineludible en la formación académica y continuada de los médicos, y enseñar a los pacientes el abc de la salud, una de sus primeras obligaciones.