Sobre las acciones de protesta como ejercicio de higiene

Con los gritos de “!nunca más!, “¡basta ya!” y otros similares, millones de personas se echan a la calle de tanto en tanto para protestar. Desde el grito colectivo de los familiares de los desaparecidos en Argentina durante la última dictadura militar, condensado en el desgarrado Informe Sabato de la Conadep, hasta el más reciente “nunca mais” de los gallegos por la catástrofe del Prestige, pasando por las diversas acciones contra la globalización que se suceden por todos los rincones del mundo, las manifestaciones de protesta se articulan más o menos espontáneamente como muestras de indignación, rabia, oposición, afirmación, rebeldía, desamparo o disidencia. Tanto si el objetivo es cambiar el rumbo del mundo como expresar una queja, la argamasa de sentimientos individuales en una acción colectiva de protesta ofrece como resultado, más allá de la posible atención de las reivindicaciones, la satisfacción de expresar la propia voz y un bienestar derivado de las emociones compartidas, el desahogo colectivo, el sentimiento de unidad y la hermandad de intereses. Estas manifestaciones sociales pueden ser consideradas, según apuntan ya algunos estudios, como un notable ejercicio de higiene. Vaya, que protestar es bueno para la salud.

Las acciones contestatarias y reivindicativas, desde una marcha organizada a una huelga general, significan para los participantes una experiencia positiva que genera ánimo y confianza. Los principales factores que contribuyen a ello son la creación de una identidad colectiva y el sentimiento de movimiento social, de unidad y de apoyo mutuo en el seno de la masa, según han comprobado en un estudio un grupo de psicólogos sociales de la Universidad de Sussex (Reino Unido) encabezado por John Drury. Para adentrarse en el meollo de la cuestión, este grupo de investigadores ha entrevistado a fondo a 40 activistas de muy diverso pelaje, historial y procedencia, y en todos ellos han podido constatar sentimientos de felicidad, alegría y hasta de euforia por las acciones de protesta llevadas a cabo. La participación en acciones y movimientos colectivos se asocia, en general, con una gran variedad de indicadores de bienestar, como la capacidad de enfrentarse a situaciones estresantes y la reducción del dolor, la ansiedad y la depresión. Por eso, “la gente debe implicarse más en campañas, luchas y movimientos sociales, no sólo con la idea general de cambiar la sociedad, sino también por su propio beneficio”, afirma John Drury.  Aunque no faltan motivos para ello, lo cierto es que en los países desarrollados las manifestaciones solidarias son menos habituales que hace dos o tres décadas. Se protesta menos y probablemente esto no es saludable, pues la dimensión social de la salud se resiente. Si algo de bueno puede encontrarse en las desgracias colectivas, como se ha puesto de manifiesto con la del Prestige, son las protestas y acciones solidarias, y el beneficio psicológico y social que presumiblemente generan.