Sobre el estrés laboral, la salud y sus aledaños semánticos

Un respetable profesor de psiquiatría ilustraba la noción de estrés y su vivencia con el ejemplo de una persona cuya queja se resumía así: “Mi trabajo consiste en tomar decisiones. Muchas a la hora. Sin descanso. Y tener que tomar tantas decisiones me resulta insoportable”. En su respuesta a la pregunta de dónde trabajaba estaba la enseñanza del caso: “En un almacén de fruta, al pie de una cinta transportadora, donde debo retirar las piezas que están en mal estado, lo que me obliga a decidir continuamente si las retiro o las dejo seguir”.  Aunque el ejemplo tiene sin duda un trasfondo de verosimilitud que ilustra la importancia radical que tiene la vivencia personal de una situación, el problema del estrés y su impacto sobre la salud es mucho más complejo. Los intentos de medirlo y acotarlo han chocado de entrada con la definición de un concepto escurridizo a la investigación. El diccionario de la Real Academia Española define estrés como una “tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves”. Aunque la noción parece clara, para investigar la repercusión del estrés laboral sobre la salud ha habido que hilar más fino y proponer dos modelos operativos: el de la “tensión laboral”, definido por una combinación de altas demandas y bajo nivel de control sobre el trabajo; y el del “desequilibrio esfuerzo-recompensa”, que considera las exigencias laborales en relación con las contraprestaciones en cuanto a salario, consideración social, seguridad en el empleo y oportunidades de promoción profesional. Gracias a algunos estudios diseñados para medir estos parámetros se había podido comprobar que tanto la “tensión laboral” como el “desequilibrio esfuerzo-recompensa” provocan estrés. No estaba claro, sin embargo, que el estrés laboral así definido fuera un factor de riesgo cardiovascular. Un trabajo publicado el 19 de octubre en el British Medical Journal (BMJ) ha dado un paso importante en esta línea al comprobar (en un estudio prospectivo de cohorte iniciado en 1973) que el estrés laboral duplica el riesgo de mortalidad cardiovascular. Una de las cosas importantes que constata este estudio es que el riesgo cardiovascular aumenta con la alta tensión laboral, el bajo control sobre el trabajo, el elevado desequilibrio esfuerzo-recompensa y las bajas recompensas, pero no aumenta con la sola existencia de demandas elevadas y grandes esfuerzos. Sin embargo, si las demandas son muy elevadas, esto es, cuando se trabajan más de 11 horas al día, sí parece aumentar el riesgo. El asunto seguirá dando que hablar y que investigar pues son muchos los cabos sueltos y las implicaciones psicosociales. Algo de todo ello podemos entrever con la etimología del vocablo “stress”, que bebe de las fuentes latinas del adjetivo “strictus” y del verbo “stringere”, y cuyos campos semánticos evocan una palabra con abigarradas ramificaciones físicas, mentales y sociales: estrecheces.