Sobre las fuentes informativas de médicos y pacientes

Entre lo inmensamente grande y lo inmensamente pequeño está la confortable escala humana, la proporción ajustada a la medida del hombre y su capacidad cerebral. Por eso, el gigantismo de la literatura médica empieza a ser claramente desproporcionado y hasta patológico. Antes de internet, la inaccesibilidad a estas fuentes de la sabiduría médica representaba una forma de inexistencia, pero ahora casi todo es visible, aunque no tengamos tiempo ni ganas de verlo. Sólo la editora electrónica HighWire Press, de la Universidad de Stanford (EE UU), tiene al día de hoy 472.938 artículos de revistas científicas de acceso libre y gratuito, principalmente de biomedicina, muchas más que el segundo depósito de información gratuita, el NASA Astrophysics Data System, con unos 300.000 artículos sobre el espacio. El problema de este gigantismo es que, a falta de herramientas adecuadas para separar el grano de la paja, no resulta práctico. Como han calculado los directores de la revista Evidence Based Medicine, sólo un 5-10% de todos los trabajos originales que se publican en las revistas generales de medicina cumple la doble condición de tener validez científica y un mensaje de interés para los clínicos. Los médicos, pues, están rodeados de basura científica y atrapados en una espiral de producción desbocada cuyos mecanismos de regulación parecen averiados. Esto es algo ya sabido, pero parece que las fuentes de producción no se enteran o hacen oídos sordos o no saben como parar la máquina.

Lo peor del asunto es que el problema de la superproducción de literatura médica está alcanzando también al público. Aunque los medios de comunicación sólo se hacen eco de una mínima parte de lo que vomitan las fuentes médicas, este caudal también empieza ya a ser incontrolado. Y no tanto porque la información sea excesiva, que no es el caso todavía, sino porque abunda la información basura. Para entendernos, podemos calificar como información basura a la que en vez de aclarar, confunde; a la que no contextualiza las contradicciones; a la que no pondera la autoridad y credibilidad de las fuentes; a la que no aporta las claves para valorar la noticia; a la que quizá dice la verdad, pero no toda la verdad, y en definitiva, a toda la información que no informa sino que desinforma. En medicina se ha producido un fenómeno reciente que no acaba de ser bien asimilado por médicos, informadores de salud y público, y es que todas las partes tienen potencialmente acceso a las mismas fuentes de información. Las fuentes no son ya secretas o patrimonio de los expertos, pero incluso las más fiables y prestigiosas están contaminadas por materiales sin validez ni mensaje. Por desgracia, buena parte de estos materiales que deberían ser descartados son procesados como producto informativo. Lo bueno de esta situación es que todos bebemos ya de la misma fontana universal. Lo malo es que a veces sin sed; otras veces, sin saber muy bien lo que bebemos.