Sobre el estudio del rostro, sus desfiguraciones y su vinculación con la mente

Si esto es internet, hablar de outlook parece remitirnos al correo electrónico. Pero éste es también el nombre de una iniciativa de ayuda a las personas con el rostro desfigurado, la Outlook Disfigurement Support Unit, creada en 1995 en el hospital Frenchay de Bristol. Este proyecto pionero, promovido por la sociedad sin ánimo de lucro Changing Faces, surgió para prestar atención a un problema no bien resuelto ni por los servicios sanitarios ni por la sociedad: los trastornos psicológicos derivados de las enfermedades que provocan deformidades en el rostro o los accidentes que lo desfiguran. La curiosidad irreprimible y casi infantil ante un rostro monstruoso refleja hasta qué punto la cara condiciona la propia existencia y el desafío que supone vivir con rostro deforme. En este caso como en otros, internet es la ventana que da luz y aire a un problema escondido, a la vez que el respiradero que puede llevar oxígeno a los afectados y ponerles en contacto con alguna asociación de ayuda. Gracias a internet podemos enterarnos que Changing Faces no está sola: New Face Foundation, About Face o Face the Future son algunas de las asociaciones que en todo el mundo quieren dar apoyo a los 82.000 niños que nacen cada año con algún tipo de deformidad en su cabeza, cara o cuello, así como a quienes sufren con el tiempo desfiguraciones por accidente o enfermedad. La asociación estadounidense Faces recoge 28 patologías que provocan alguna deformidad del rostro, desde una hidrocefalia al sobrecogedor síndrome de Moebius (caracterizado por la ausencia total de movilidad facial), del que hay 64 casos registrados en España, según la Fundación Síndrome de Moebius.

En la mayoría de estas asociaciones de ayuda figura al frente una persona con el rostro desfigurado. El fundador de Changing Faces, el británico James Partridge, que sufrió graves quemaduras en la cara tras incendiarse su automóvil, ha dedicado sus mejores esfuerzos a ayudar a las personas que ven alterada su existencia por un rostro deforme. La unidad Outlook, tras una primera fase de financiación por Changing Faces, ha llegado a ser incorporada al National Health Service (NHS) británico como una más de sus prestaciones para los ciudadanos de Bristol.  Pero desgraciadamente esta debe de ser una isla en el desierto de la atención a las personas con el rostro desfigurado, un problema que atenta contra la propia identidad. Y es que quizá sólo cuando el rostro escapa a los patrones de normalidad, cuando la cara no le representa a uno y fracasa en su función de comunicar las propias emociones, quizá sólo entonces es posible apreciar hasta qué punto el rostro es el espejo del alma y lo que nos hace seres sociales.

El rostro dice mucho: no sólo la edad y el sexo, sino también el estado de ánimo, el carácter, el atractivo, las intenciones y otros intangibles. “Adentrarse en las mentes de los demás -sentir algo por ellos- no es una ciencia exacta sino un proceso que requiere imaginación y creatividad. Quizá sea este el acto más creativo de los que realizamos a diario, cuando intentamos relacionar los rostros que vemos con personalidades y vivencias personales”, señala el neurofisiólogo británico Jonathan Cole en su libro “Del rostro” (Alba Editorial). Esta capacidad de la especie humana de procesar una cara, distinguirla entre miles y adentrarse en la mente de otro involucra múltiples regiones cerebrales. Las personas que han perdido el rostro constituyen un material de estudio esencial para entender la función del rostro y avanzar en la elaboración de una teoría de la mente que tenga presente tanto el cerebro racional como el emocional. Porque, como escribió Charles Bell en el siglo XIX (el fisiólogo que identificó y dio nombre a una grave parálisis facial), “el pensamiento es a la palabra lo que el sentimiento a la cara”.