Sobre el estudio del bienestar subjetivo y su relación con la salud

Asistimos a tal proliferación de “campos emergentes” que cualquier día nos emerge la mismísima Atlántida y, tan saturados como estamos, ni nos damos cuenta. Como ocurre a menudo, lo más nuevo es lo más antiguo o, si se quiere, lo más emergente es lo más sumergido en la historia del hombre. Este es el caso del estudio de la felicidad. Lo que emerge ahora es la aproximación científica al problema, para lo cual ha habido que repudiar el término vulgar, por equívoco y sobado, y sustituirlo por el emergente “subjective well-being” o bienestar subjetivo. Uno de los líderes de este nuevo campo es el psicólogo estadounidense Ed Diener, de la Universidad de Illinois, ocupado desde hace un par de décadas en el empeño de definir y analizar los componentes del bienestar subjetivo y medirlo en grupos humanos. La tarea es tan loable como formidable, y por eso resulta interesante darse una vuelta por la página personal de este psicólogo en la que se encuentra un buen resumen de lo que la ciencia puede decir sobre la felicidad, además de una escala para medir la satisfacción personal con la vida, desarrollada y validada por Diener, por si alguien quiere tener unas coordenadas científicas.

El trabajo de campo realizado por los investigadores del bienestar subjetivo ha confirmado, entre otras cosas, que la gente que vive en países ricos es sólo algo más feliz que la que vive en países pobres. El dinero es importante, pero son los factores culturales los que marcan la diferencia. En una estrevista publicada en el New Scientist del 18 de agosto, Diener dice que los más felices del mundo son los hispanos, porque propenden a lo positivo, a lo que resulta placentero; en cambio, los habitantes del lejano Oriente tienden a ver el vaso medio vacío y a centrarse en lo que va mal en sus vidas. Con todo, Diener sostiene que los seres humanos son en su inmensa mayoría felices y que hay gente feliz incluso cuando las condiciones de vida son de lo más adversas. Además, la evidencia científica indica que las personas más felices tienen un sistema inmunitario más fuerte, son más creativas, mejores ciudadanos, más eficaces para resolver sus problemas. La gente feliz se considera incluso más atractiva. No hay una clave para la felicidad; en todo caso, algunos ingredientes básicos, como el tener buenas relaciones interpersonales o involucrase en actividades gratas y bien valoradas por uno.

Todo este constructo científico de la felicidad evidencia el error de la definición de salud de la OMS. Salud no equivale a felicidad, no es ese estado de bienestar integral que propugna la OMS; en todo caso sería una de sus condiciones o un componente de la calidad de vida. Como nos dice el sentido común y corrobora Diener, las medidas objetivas de la salud se correlacionan sólo en un nivel elemental con el bienestar subjetivo: hay gente sana que no es feliz y gente enferma que por diversas razones sí lo es. Aunque no hay una teoría general de la felicidad, algunas aproximaciones ponen énfasis en ideas como las de comparación social o adaptación. La diferencia entre Diener y otros expertos en este campo con los gurús tradicionales de la felicidad, desde Aristóteles al Dalai Lama, está en el método de estudio. La aproximación científica de Diener es de naturaleza objetiva y se supone que por eso puede dar y quitar la razón a las verdades subjetivas e intuitivas de filósofos y artistas. Algunos resultados parecen contraintuitivos, como por ejemplo que el nivel de felicidad se mantiene a lo largo de la vida, con independencia de la edad, el estado civil o los ingresos. Pero es que el bienestar subjetivo no se explica sólo por las condiciones objetivas ni se puede reducir al hedonismo, la alegría o la salud. Es, por definición, el juicio que uno se hace de su propia vida. Veremos hasta dónde se puede llegar con el método científico.