Sobre las nuevas recomendaciones dietéticas del Gobierno de los Estados Unidos

[divider_flat] Ahora que se ha corregido el peligroso exceso de inclinación de la torre de Pisa, las autoridades italianas acaban de anunciar esta semana que para evitar males mayores en el monumento se va a prohibir el acceso a los gordos. Si lo que de verdad importa es el peso del paquete turístico que soporta la torre, podían haber optado por limitar el número global de visitantes o de personas por turno; pero no: sólo podrán subir los niños y adultos delgados. Esta limitación expresa de acceso a la cultura para los obesos quizá sea sólo el aperitivo de un posible rosario de medidas admonitorias ante la epidemia de obesidad que se cierne sobre este mundo globalizado en el que, por primera vez en la historia, el número de personas con sobrepeso ha igualado al de personas que pasan hambre. Claro que también puede interpretarse como una sutil reacción antiamericana, pues sin duda es a los turistas de Estados Unidos a quienes más va a afectar la prohibición: la mitad de los estadounidenses (hay un 18% de obesos y más de un 30% de personas con sobrepeso) podría quedarse sin subir a la torre de Pisa.

Una de las cosas que llama la atención nada más poner el pie en Estados Unidos es que hay una elevada proporción de gordos, de personas muy sobradas de carnes y pasadas de kilos.  El problema se ha agravado en los años noventa, pues desde 1991 en ese país ha aumentado un 50% la población obesa (del 12% al 18%). No hay que ser un experto en dietética para saber que las causas de esta epidemia de obesidad hay que buscarlas en la dieta inadecuada y en el sedentarismo, o mejor, en una combinación de ambos factores. Ante la gravedad de problema, el presidente del Gobierno, William Jefferson Clinton, dirigió un mensaje radiofónico el pasado sábado 27 de mayo a los ciudadanos del país (aprovechando que muchos viajaban entonces en sus coches para festejar el fin de semana del “Memorial Day” con un picnic o una barbacoa en el campo) para recordarles que el sobrepeso y la obesidad amenazan su salud, y anunciarles las últimas medidas que ha tomado el Gobierno federal para mejorar los hábitos dietéticos de la ciudadanía y corregir la peligrosa tendencia; en concreto, las nuevas Dietary Guidelines for Americans 2000 (el folleto de 44 páginas está disponible en internet en formato pdf), una especie de biblia del saber nutricional resumido en una pirámide dietética y en 10 recomendaciones para los americanos, pero válidas para todo el mundo, que se renueva cada cinco años (ésta es la quinta edición que actualiza la de 1995).

Clinton reconoció que en estos 20 años de divulgación de recomendaciones dietéticas se han hecho algunos progresos: los estadounidenses consumen una dieta con un menor porcentaje de grasa y toman más frutas, vegetales y granos de cereal; y, como promedio, se han reducido los niveles de colesterol en sangre de la población. Pero, sin embargo, hay cada vez más gordos. Algo falla, sin duda, y no es una cuestión sólo de información (la oficial, al menos, es cada vez mejor, aunque las mencionadas recomendaciones también han recibido críticas). La vida sedentaria, la comida basura y la empanada de dietas y mensajes extravagantes y contradictorios tienen mucho que ver. Aquí todavía creemos que no hay que poner las barbas en remojo, pero ya hay algunos datos preocupantes: un 23% de los niños españoles de 10 y 12 años quiere estar más delgado, el 33% no toma fruta a diario, el 34% no toma pescado ni una vez por semana y el 20% sólo come verduras en raras ocasiones. La globalización avanza y, aunque la situación española no es ni parecida, se echa en falta alguna medida semejante a las de Estados Unidos. Siquiera sea una pirámide dietética adaptada a nuestra dieta mediterránea y un decálogo de recomendaciones de referencia para los comedores públicos y privados.