Sobre la naturaleza, praxis y abordaje científico del sentido del humor

El provocador payaso italiano Leo Bassi explicaba hace unos días en la prensa cómo entiende él su oficio. Y entre otras cosas decía, por un lado, que la comicidad hay que entenderla como un invento social para liberar los instintos que la sociedad obliga a reprimir y, por otro lado, que “el ser humano necesita el caos para después volver a su orden”. Curiosamente –o no tanto– la interpretación que ofrecen los neurocientíficos que se ocupan del estudio de la risa no es muy diferente. Uno de los pocos españoles que trabajan en esta área, Pedro C. Marijuán, un ingeniero y neurocientífico del Centro Politécnico Superior (CPS) de la Universidad de Zaragoza, entiende la risa como “un medio extraordinario del cerebro para eliminar el desorden y los desajustes de información”, provocados principalmente por ser animales de lenguaje.

Según este científico, la risa es una solución colectiva para nuestros problemas y un medio automático para espantarlos, al menos por un tiempo. En su opinión, el bienestar que produce la risa y el que produce la solución de un problema tienen una misma base biológica. Algo tan caótico como la risa sirve así para romper el caos mental y el desorden provocado por los desajustes de la información que procesa el cerebro. Para mejor convivir con todo aquello que no cuadra en nuestro cerebro, para eso están el sentido del humor y la risa. Marijuán está convencido, además, de que el estudio científico de la risa es una inmejorable vía, “oscura y sencilla a la vez”, de acceso a una teoría general del procesamiento de la información en el cerebro.

Pero aquí el lenguaje crea una vez más desorden y desajustes. No es lo mismo la risa que el humor. Este último es la parte más cognitiva del fenómeno, mientras que la risa sería la manifestación más puramente fisiológica. Entre lo cognitivo y lo fisiológico quedaría el componente emocional, lo que podríamos llamar alegría. Aunque esta fragmentación del fenómeno en tres partes pueda ser útil para la ciencia, el estudio del fenómeno humor-alegría-risa está todavía pendiente de abordaje (la International Society for Humor Studies lleva un cuarto de siglo pero no ofrece gran cosa). Si, como decíamos la semana pasada, la presencia de la risa en MedLine es irrisoria, la del humor no deja de ser humorística, pues nos remite al humor acuoso y otros humores pero resulta que apenas hay trabajos sobre el sentido del humor. Y los que hay son todavía periféricos. Sobre las bases biológicas del humor, nada se puede decir, excepto cosas tan difusas y quizá elementales como que la lesión del lóbulo frontal derecho del cerebro altera el sentido del humor. Pues claro: esa región del cerebro tiene mucho que ver con el comportamiento social y la acción moral.

Leo Bassi es descendiente de una larguísima saga de payasos italianos, franceses e ingleses, que se remonta varios siglos atrás. Pero sobre el origen genético del sentido del humor hasta ahora la ciencia no ha dicho nada. La verdad es que indagar en los genes siguiendo el rastro de algo tan cultural como el humor es todavía más incierto que buscar los genes de la homosexualidad o el alcoholismo. A propósito de esto, para ilustrar un artículo sobre el tema se publicaba hace años en la revista New Scientist una aguda viñeta de humor.  En ella aparecía un hombre recostado contra la pared con una botella en la mano y otras dos, ya vacías, por el suelo; a su vera, un hombre y una mujer observan asombrados la cara de felicidad del borracho. Y dice la mujer: «Otra vez ha estado celebrando que no tiene el gen del alcoholismo…». Si un día se habla del gen del humor seguro que más de uno se queda de piedra.