Sobre la incomprensión del paciente de los tratamientos y conceptos médicos

Tanto hablar y predicar en los sitios web de medicina —la mayoría de Estados Unidos, of course— que internet está cambiando la relación médico-paciente, y resulta que en ninguno de esos sitios se advierte que el paciente no sabe leer. Sí, señores, en plena era del consentimiento informado y de las relaciones horizontales entre médicos y enfermos,  la cruda realidad es que el paciente no entiende nada. Como lo oyen: ahora que proliferan como setas los sitios web de salud para “consumers” y cuando nadie parece poner el duda que el paciente es la nueva estrella emergente del gran negocio de la salud, resulta que en la letra pequeña pone que el paciente es analfabeto. Al menos esta es la situación en Estados Unidos, donde parece que ya hay más usuarios de internet que personas con capacidad de leer y escribir. Pero vayamos a los datos. El National Adult Literacy Survey (NALS) de 1992 puso de manifiesto que el 21% de los adultos (unos 40 a 44 millones) era analfabeto funcional y que un 25% adicional (otros 50 millones) lo era parcialmente, es decir, que no era capaz de entender, interpretar y aplicar la información de material escrito. El sondeo, que revelaba que sólo el 21% de los adultos sabía de verdad leer y escribir, causó un gran impacto, pues relegaba a Estados Unidos al puesto 49 entre los países con mayor índice de alfabetización, cuando en los años sesenta había sido el primero del mundo. 

Las consecuencias del analfabetismo sobre la salud han sido ampliamente estudiadas (el JAMA del 6 de diciembre de 1995 publicó uno de los principales estudios sobre la barrera que representa el analfabetismo para el acceso a la salud). Ser pobre y tener dificultades para leer y comprender los tratamientos y mensajes médicos es ciertamente un riesgo para la salud. En Estados Unidos al menos el problema es de envergadura, ya que, entre otros datos preocupantes, más del 60% de los enfermos crónicos es funcionalmente analfabeto; más del 66% de las personas mayores de 60 años tiene unas habilidades de comprensión pobres, y los enfermos con dificultades de comprensión tienen un 52% más de probabilidades de ser hospitalizados que aquellos que no presentan estas dificultades. Hay una amplísima variedad de situaciones y problemas descritos causados por el analfabetismo médico, desde dificultades para leer un prospecto o un termómetro hasta la incapacidad de entender e interpretar una prescripción médica. Por sorprendente que parezca hay quien no entiende qué significa tomarse un comprimido con el estómago vacío, por no hablar del texto de un consentimiento informado. Y quizá no sean tan infrecuentes situaciones como la de una madre que piensa que un jarabe de amoxicilina para una infección de oídos debe administrarse por la oreja o la de un diabético que tras enseñarle como debe pincharse utilizando una naranja entendió que lo que debía hacer era inyectar la insulina a la naranja y luego comerse la fruta.

El panorama español seguramente no es tan desolador, pero seguro que situaciones como las descritas son más frecuentes de lo que se sospecha. En internet hay algunos artículos sobre el tema (por ejemplo en los sitios web de la Society of General Internal Medicine y de la California Primary Care Association), en los que se indican algunas estrategias para tratar con los pacientes con dificultades de comprensión. Lo primordial es no dar por sentado que todo el mundo entiende los mensajes médicos. Presuponer que internet esté mejorando la alfabetización médica es hoy por hoy demasiado suponer. Sin duda tiene un gran futuro, pero de momento a quien de verdad alfabetiza es a quien ya está lo bastante bien alfabetizado como para buscar cómo alfabetizarse más.