La mediterraneidad es en muchos sentidos un concepto más estético que geográfico. A veces coincide, como ahora que la Renault quiere impregnar sus modelos de cultura mediterránea y se decide a instalar en Barcelona un centro de diseño de coches. Pero esto no pasa siempre. Con la dieta mediterránea, por ejemplo, ocurre que el más genuino representante de esta prestigiosa y saludable manera de combinar alimentos parece ser ahora un país bañado por el Atlántico: Portugal. Pero es que ni siquiera la marca «dieta mediterránea» es un invento autóctono; su paternidad se atribuye al epidemiólogo de la Universidad de Minessota Ancel Benjamin Keys, autor del libro How to eat well and stay well: the Mediterranean way.

Con el vino ocurre algo parecido, aunque distinto. Es un producto mediterráneo, aunque no por origen: sus descubridores no fueron los griegos, sino gentes del Cáucaso meridional, más o menos por entre Turquía, Armenia e Irán. Digamos que lo del vino es un asunto que tiene que ver más con la meteorología que con otra cosa. Y por eso los meteorólogos hablan de clima mediterráneo en Sudáfrica, Chile o California.

Pues bien, igual que pasó con la dieta mediterránea, los efectos saludables del vino se están descubriendo a instancias de los bodegueros y viticultores californianos, que con su mecenazgo interesado están promoviendo numerosos estudios para que la medicina acabe cantando las virtudes cardiosaludables del vino. Ya hay abundantes trabajos que apuntan que los bebedores moderados tienen menor mortalidad cardiovascular que los abstemios. El último logro de los productores de California es conseguir el permiso de las autoridades federales estadounidenses para que las botellas de vino puedan llevar una etiqueta orientativa sobre los efectos saludables del vino.

La autoridad competente, en este caso la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF), del Departamento del Tesoro, anunció en un comunicado del pasado 5 de febrero las dos leyendas que podrán llevar las botellas de vino. La primera dice así: «Orgullosos de fabricar este vino, le animamos a consultar con su médico de familia sobre los efectos del consumo de vino en la salud». Y la segunda: «Para conocer los efectos del consumo de vino sobre la salud, solicite la Guía Dietética para los Americanos, del Gobierno Federal», seguida de una dirección postal y un sitio web. Todo parece indicar, pues, que en los próximos meses saldrán al mercado las primeras botellas de vino con estas etiquetas, es decir, con denominación de origen y de salud.

Tres años y medio parece que han empleado los bodegueros en conseguir esta etiqueta de salud para sus productos. Por su parte, la ATF no ha hecho más que atenerse a las pruebas científicas aportadas, reconociendo que «con la ley actual, la ATF sólo puede denegar etiquetas cuyo contenido sea falso o confuso». Y ciertamente ninguna de las dos etiquetas hace afirmaciones médicas, sino que se limitan a orientar al consumidor hacia fuentes médicas fiables: el propio médico de cabecera o la referida guía, irreprochable por su contenido médico y lenguaje divulgativo.

Pero los productores californianos tienen motivos para sentirse satisfechos. La asociación vino-salud queda tácitamente expresada. Desde la óptica de la salud pública este etiquetado es probablemente un error, porque según los expertos el mensaje público que hay que dar es que «si bebe, cuanto menos mejor». Otra cosa bien distinta es lo que pueda recomendar el médico de forma individual, sabiendo que el vino puede ser beneficioso en las poblaciones de elevado riesgo aterosclerótico (personas de edad, individuos con factores de riesgo y pacientes con eventos coronarios previos), pero que en la gente joven es superior el riesgo al beneficio. Sobre este particular, en la Revista Española de Cardiología los cardiólogos Isabel Rayo y Emilio Marín han publicado recientemente un excelente artículo de revisión con el título Vino y corazón, en el que enfatizan que «el consejo de continuar, iniciar, modificar o abandonar el hábito de consumir bebidas alcohólicas debe hacerse exclusivamente de forma individual, valorando los riesgos y beneficios posibles en cada paciente.»

El problema del etiquetado del vino americano, de entrada, no parece que nos vaya a afectar demasiado, pero tampoco sería la primera vez que vienen de fuera a descubrirnos el Mediterráneo.